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Teatro en un mundo en ruinas

19 Julio 2016

Teatro en un mundo en ruinas

Autor: 
Francisco Morales V.

Cd. de México
Las palabras de Ángel Hernández están colmadas de escombros. El dramaturgo enciende un cigarro, sereno, y se remonta al inicio. "Empezó en el exilio de una ciudad a consecuencia de la violencia", recuerda.
"Empezó justo cuando nos dimos cuenta de que la ciudad estaba siendo arrebatada de nuestras propias manos". Aquella ciudad es Tampico, Tamaulipas, una urbe rebasada por el crimen organizado que figura, desde hace años, entre los sitios con mayor índice de secuestros y homicidios en México.
Tan sólo en la entidad fronteriza, la PGR tiene ubicadas a 18 células criminales vinculadas con Los Zetas y con el Cártel del Golfo (Reforma, 21 de marzo de 2015). A miles de kilómetros del lugar de su nacimiento, Hernández explica la creación del proyecto que ahora lo trae a la Escuela Nacional de Arte Teatral, en la capital, a impartir un curso: Teatro para el Fin del Mundo.
Desde 2012, un grupo de artistas escénicos, activistas y miembros de la sociedad civil le han disputado, simbólicamente, la ciudad de Tampico a la delincuencia. Palmo a palmo, han recuperado para el arte los despojos que el crimen deja a su paso. "Surgió en un momento significativo para nuestro pueblo, porque consideramos que justo estábamos en la disyuntiva de desaparecer o tratar de defender nuestra ciudad", explica.
Eligieron lo segundo: primero en forma de festival, y después como una plataforma continua. Teatro para el Fin del Mundo (TFM) recupera lugares en condición de abandono, marcados por la violencia, y realiza en ellos manifestaciones escénicas.
Antiguas casas de seguridad, laboratorios para la manufacturación de narcóticos y edificios habitacionales cuyos ocupantes fueron asesinados son algunos de los sitios que han sido resignificados por el trabajo de este proyecto.
"Eso es Teatro para el Fin del Mundo: una plataforma que genera laboratorios en función de lo que la compañía, el colectivo en turno, trabaja a partir de una invitación a indagar sobre la memoria del espacio, sobre las circunstancias que ha pasado, o para traicionarlas, anularlas", define. Estas sedes, algunas efímeras y otras permanentes, han sido usadas por artistas de diversos países latinoamericanos, y del mundo, en las cuatro ediciones del que se autodenomina un "festival de la escena en estado de emergencia".
Tres espacios -en "ocupación radical" dentro de la ciudad- ofrecen programas de residencia, dramatúrgicos y de investigación el año entero. Si bien el proyecto ha traído reconocimiento a Hernández y a sus colaboradores en la escena teatral del país, también les ha significado situaciones de riesgo genuino. Teatro para el Fin del Mundo ya ha recibido advertencias por parte de miembros del crimen organizado y tres de sus colaboradores se encuentran desaparecidos.
"Regresamos prácticamente a los contextos en donde el teatro, a través de la historia, ha tenido que mantener su presencia a pesar de verse constantemente cercado por riesgos significativos, donde hay que defender la palabra y el espacio en donde se desarrolla la actividad que queremos manifestar frente al mundo", reflexiona Hernández. Discursivo, el teatrista tamaulipeco fuma despacio el cigarro, a pocas horas de que comience el taller que ha llamado Laboratorio de intervención al espacio violento.
Hay una disonancia evidente entre lo que cuenta y la tarde de verano en el Centro Nacional de las Artes, con el murmullo de sus fuentes, lejos de la convulsa Tampico. La Guarda, Antígona y Prometeo Entre la geografía ruinosa de Tampico, Teatro para el Fin del Mundo ha logrado hacerse con un triángulo de protección. En el primer cuadro de la ciudad, a 100 metros de distancia entre cada uno, tres edificios ocupados funcionan como su "red de sedes". "Son zonas de ocupación ilegal, hay que decirlo. No contamos con ningún tipo de permiso, ningún tipo de licencia que de manera legal nos permita hacer uso de los espacios y los propietarios seguramente existen en algún lugar", admite Hernández.
Ante la posible aparición de los dueños de cada espacio abandonado, el fundador de TFM tiene un programa de trabajo de varios años para la comunidad de Tampico como respaldo. El primer espacio autónomo del programa es el edificio que han nombrado La Guarda.
Desde hace 13 años, el colectivo Asalto Teatro, germen de TFM, lo tomó como centro de operaciones. "Nos parecía importante acudir al concepto de guardia o de resguardo, ya que el grupo Asalto Teatro tenía como antecedente el trabajo en calles, en espacios abiertos y públicos", explica, "era la primera vez que contemplábamos una zona interior como laboratorio".
La Guarda, edificio que antes de su abandono fue el Sindicato de los Trabajadores del Rastro Municipal, además de gimnasio, salón de baile y bodega, ahora funciona como escenario y sede del Centro de Investigación de la Escena Teatral en Ruinas (Cediter). "El proyecto fue muy simbólico, porque nos dábamos cuenta de la similitud que operaba en relación con nuestra práctica del teatro y a la práctica que había obedecido el espacio en su naturaleza misma: generar acuerdos y modelos de organización al interior de un sindicato que se dedicaba a destazar animales", compara.
Ya con el TFM propiamente instaurado, el grupo se hizo de una vivienda abandonada que había sido casa de citas, restaurante y refugio de drogadictos. Un año después, ocuparon una antigua casa de seguridad del crimen organizado. En un esfuerzo por dotar a los lugares de nuevo significado, los sitios fueron bautizados como Antígona Rebelión y Prometeo Emergente.
"Recurrimos inevitablemente al origen, tratando de hacer una revisión crítica sobre los perfiles de lucha que tenían personajes icónicos, emblemáticos, de la tragedia griega", explica Hernández. Durante los cuatro años ininterrumpidos del Festival Teatro para el Fin del Mundo, a estas sedes se han sumado espacios efímeros como Vietnam, una antigua fábrica en abandono; Monster, un centro nocturno incendiado, y el Antiguo Hospital Civil.
Los grupos que responden a la convocatoria pueden usar los lugares a su conveniencia, con puestas escénicas que hacen referencia a la historia de cada sitio o que la ignoran por completo. "Algunos grupos dicen: 'Vamos a presentar Molière y nos va a valer madre que aquí hayan matado a 16 personas, vamos a reírnos acerca de la realidad'", cuenta Hernández, "eso también me parece sumamente válido y sumamente político y sumamente crítico". Teatro para el Fin del Mundo ha recibido amenazas por parte de los grupos delincuenciales cuya zona de influencia abarca los sitios tomados por el proyecto. Tras una explicación directa sobre los alcances y naturaleza el proyecto, cara a cara, los han dejado subsistir.
No obstante, Hernández admite que la amenaza es constante. "Lo que ellos consideran como un riesgo de nuestra actividad es, principalmente, que pueda generar un diálogo público frente a lo que ellos consideran una ley mordaza totalitaria. No es permitido ningún ejercicio crítico a través del juicio público sobre la actividad que ellos realizan en la zona", admite. Parte del laboratorio que Hernández imparte este día en el Cenart involucra aquello: saber cómo introducirse en contextos de violencia de la manera menos riesgosa posible.
A veces, sin embargo, esto se vuelve imposible. Teatro y orden público Ángel Hernández nació en Tampico, en una familia de teatristas. Sus ambiciones escénicas, sin embargo, lo obligaron desde muy joven a abandonar los teatros y tomar la calle. "Yo pasé el final de mi adolescencia en estaciones de policía, en separos policiacos, tratando de explicar a un comandante por qué estábamos haciendo eso en la calle y por qué no en un teatro", dice entre risas, las únicas de la charla. Ocho años antes de comenzar con Teatro para el Fin de Mundo, Hernández ya había formado el colectivo Asalto Teatro, con quienes ha persistido, insistentemente, en la búsqueda de espacios no convencionales para la intervención escénica.
Con el colectivo ha creado piezas como Maquina Hamlet, El vagón, El viejo congelador de carne, Los Doberman y Diluvio; teatro de esquina. Se ha presentado en azoteas, postes de luz, vagones y aviones abandonados. "Para mí, el teatro tiene que ver con la injerencia social, con la interrupción de la cotidianidad, tiene que verse más orientado hacia el concepto de representar un atentado sobre lo que podemos considerar el orden público", reflexiona. Hernández viste, invariablemente, una chamarra negra de piel con un paliacate rojo amarrado en el brazo derecho.
Usa el cabello largo, en media cola, y lentes oscuros de aviador. Lo único dócil en su persona, y discurso, además de sus maneras amables, son sus cigarros de cajetilla blanca. El camino hacia Thar Teatro para el Fin del Mundo opera, por su propia naturaleza, entre las grietas. Una grande, sin embargo, se abrió en la estructura misma del proyecto hace casi tres años.
"Es una pregunta difícil, porque justamente hoy cumple años Fernando Landeros, uno de los compañeros desaparecidos", dice Hernández al cuestionarle sobre sus colaboradores desaparecidos. Hay convicción en la respuesta: Fernando Landeros cumple años, no "cumpliría".
El 30 de julio de 2013, el actor, titiritero y artista urbano desapareció en Ciudad Victoria, junto con sus colegas Omar Vázquez y Jefté Olivo. Landeros es un artista reconocido como tal por el Estado Mexicano: el proyecto escénico urbano que desempeñaba entonces, Cuando llegues a Thar..., estaba siendo apoyado con fondos del Programa de Estímulo a la Creación y al Desarrollo Artístico (PECDA), del entonces Conaculta. A la fecha, persiste en YouTube un video que lo muestra operando un títere de hule espuma, en una plaza pública, contando la historia de Thar. Esta urbe ficticia, utópica, es central en el argumento de Fando y Lis, de Fernando Arrabal, obra que fungió como base del proyecto.
La calle era el escenario por elección del artista y de ahí mismo fue secuestrado. "(En Tamaulipas), cualquier tipo de actividad que salga de la jurisdicción del crimen organizado, que salga de su aparato de control, de dominación, es brutalmente castigada, anulada e interrumpida de manera violenta", sentencia el entrevistado. Las circunstancias de la desaparición de los tres artistas, colaboradores de TFM, no han sido esclarecidas. Ante la falta de respuesta de las autoridades, la reconstrucción de los sucesos probables se ha realizado con los esfuerzos de sus cercanos.
De acuerdo con medios locales y denuncias en redes sociales, la última vez que se les vio fue mientras realizaban un espectáculo de fuego en un semáforo de la Avenida Berriozabal. En el lugar fue hallada la camioneta en la que solían transportarse. Por ser su zona de influencia, se cree que los perpetradores pudieron ser parte del cártel de Los Zetas. Tras el secuestro, los artistas habrían sido llevados directamente a la casa que compartían, misma que fue destrozada, según Hernández, en la aparente búsqueda de algo.
De la misma forma como opera Teatro para el Fin del Mundo, ocupando edificios en condición de abandono, Landeros había fundado al sur de Ciudad Victoria el Centro Alternativo de Creación Artística S. (CACAS). Ahí, ofrecía manifestaciones escénicas, lecturas y proyecciones de cine para sectores desfavorecidos de la ciudad. "Mis compañeros fácilmente, muy probablemente, pudieron ser confundidos con los promotores de un sitio que no pagaba piso por existir, que generaba un vínculo de convivencia nocturno y que seguramente estaría asociado con el intercambio de sustancias que ellos (el crimen) se encargan de operar", infiere Hernández. Esta confusión habría llevado al secuestro de los artistas, quienes pudieron ser tratados como narcomenudistas insubordinados.
A casi tres años de haber denunciado la desaparición, que resultó en la averiguación previa penal 300/2013, abierta por la Procuraduría General de Justicia de Tamaulipas, la investigación para dar con su paradero no ha tenido resultados.
Para Hernández, la posibilidad de que los artistas hayan sido reprendidos por una práctica común a la de TFM obligó a replantear estrategias. "Eso representó, a mi juicio, la muerte organizacional del proyecto", lamenta, "pero más allá de eso, el profundo dolor de haber creado una plataforma precaria de negociación con un contexto con el que no se debe jugar".
A decir suyo, corresponde a la comunidad artística de todo el país organizar una plataforma que aborde las desapariciones forzadas de artistas, sobre todo aquellos "invisibles", los que no se encuentran enteramente "validados" por sus pares. "Son los mimos, son los payasos de crucero, son los malabaristas, son los tragafuegos, son las estatuas humanas", enumera, "es una comunidad muy grande de gente que sigue trabajando la calle y que todos los días viven estos riesgos de ser víctimas de desaparición y que nadie tiene una localización específica sobre ellos".
Cada año, Teatro para el Fin del Mundo y colectivos afines en México y Latinoamérica realizan actividades escénicas en homenaje a sus tres colegas desaparecidos. Al conjunto de estas acciones las denominan El camino hacia Thar. Para la historia de Fando y Lis, la ciudad de Thar representa, entre otras cosas, la libertad. Manual de ruinas "Decido seguir un tanto por ellos, decido seguir por ellos y porque esta práctica sea entendida, conforme pase el tiempo, como urgente, que no necesaria, para generar plataformas de reformulación política a través del teatro", declara.
Tras la desaparición de sus compañeros, Hernández y el equipo de Teatro para el Fin del Mundo endurecieron sus políticas de seguridad y tienen planes de contingencia. El proyecto se ha extendido de tal forma, que ya cuenta con sedes en otros países de Latinoamérica que, bajo los ideales de TFM, realizan obras en sitios abandonados de Montevideo, Uruguay, y Córdoba, Argentina.
Este año, el Festival Teatro para el Fin del Mundo volverá a realizarse en noviembre, con una gira previa por los otros países. Como parte de las actividades de investigación del proyecto, Hernández lleva cuatro años viajando por el mundo a zonas de devastación, realizando proyectos individuales, pero con un fin último.
Recientemente regresó de Chernobyl, Ucrania, pero también ha visitado el abandono de Fukushima, Japón, antiguos campos de concentración en Polonia, poblaciones que fueron arrasadas por el napalm en Vietnam y ha realizado la ruta de los migrantes de Medio Oriente a Grecia. "Creo que eso se verá reunido en un compendio en el que ya estoy trabajando, que pueda publicarse lo más pronto posible, que sea un punto de reflexión, de análisis, y también como un mapa de abordaje sólido que no dé instrucciones, pero sí estrategias que pueden ser válidas y útiles", explica.
El libro, estima, podría servir para remediar una carencia que él y sus colaboradores se encontraron en el camino. "Si a nosotros cuando comenzamos alguien nos hubiera dicho: 'yo tengo la experiencia de 10 años en Alemania ocupando fábricas en abandono, donde hemos tenido cuatro desalojos', me hubiera servido muchísimo para saber cómo es que podemos adaptarlo al contexto mexicano y, específicamente, al de Tamaulipas", dice.
Para Ángel Hernández, pareciera que el fin del mundo está ocurriendo en todos partes, a cada momento, desde Tampico hasta la isla de Lesbos. En esa geografía de ruinas, habrá que seguir con el teatro hasta que éste no sea necesario.
"Queremos seguir negociando y hablando con esta realidad hasta que el programa tenga que desaparecer, lo cual me parece sumamente justo e importante", concede, en la última fumada antes de partir al taller. "Como alguien lo dijo alguna vez: Teatro para el Fin del Mundo es un proyecto que existe para que deje de existir".