Los 200 mil migrantes que Trump necesita
Desde hace 20 años los habitantes de Topolobambo pescan con redes ajenas. Sus empleos en el mar mexicano se perdieron cuando el gobierno construyó un puerto marítimo en las playas del lugar. Luego, la contaminación portuaria provocó escasez de animales marinos. Desde entonces los topolobampenses se van a Luisinana, Estados Unidos, donde empresarios locales les pagan el salario mínimo a cambio de su trabajo y del conocimiento que tienen de la pesca.
“Apuntarse en la lista para trabajar allá tiene un costo de 500, mil, dos mil pesos. Eso implica una violación a la Ley General del Trabajo […] deberían de ser contratados por una agencia de reclutación por medio de la Secretaría del Trabajo”, explica Elena Villafuerte integrante del área de justicia transnacional de ProDesc, una organización que da acompañamiento jurídico a las pescadoras.
La cadena de abusos nació en México. El único empleo con el que los pescadores pueden mantener una familia está en el estado de Luisiana. El 60 por ciento de la población de Topolobambo depende de los trabajos temporales en Estados Unidos.
Las visas de trabajo (H-2) que otorga el gobierno estadounidense les permite a los topolobampenses trabajar en Estados Unidos por temporadas de hasta nueve meses.
“Lo que debería de ser un programa bilateral es un programa unilateral, donde Estados Unidos controla las visas. No hay políticas de protección del gobierno mexicano cuando los pescadores son reclutados” dice Villafuerte.
¿Esos empleos corren peligro con la llegada de Trump?
“Los necesitan, para los empresarios es comodísimo tener un sistema de visas H-2. No necesitan contratos colectivos, además los derechos de los empleados están muy castigados […] las personas duermen hacinadas en lugares donde meten hasta 12 personas”.
Desde la campaña a la presidencia de Estados Unidos Donald Trump ha generado polémicas por sus advertencias de que va a aseverar las deportaciones de migrantes. Lo cierto es que el esquema de de la economía norteamericana los migrantes forman un eslabón fundamental.
Los migrantes en la industria pesquera de Luisiana, por ejemplo, están en todos lados. Desde los astilleros donde los soldadores de Sinaloa hacen barcos, luego en las tripulaciones de las embarcaciones los mexicanos ponen trampas y tienden redes. Después, en las plantas procesadoras de mariscos y pescados las mujeres limpian, destripan y alistan el producto final. La mercancía finalmente es vendida en grandes cadenas de supermercado como Sam’s y Wal-Mart.
Y si los mexicanos no hicieran ese trabajo, ¿quién lo haría?
“Nadie. Porque una familia, sobre todo madres solteras, no se sostiene con lo que nosotros ganamos ahí. Una familia americana con lo que nosotros ganamos ahí no podría vivir. Por eso a los chinos no les gusta, ellos dicen “mucho trabajo poco dinero”. Nosotros nos llevamos el dinero a México y ahí nos rinde, por eso nos aguantamos”, dice Olivia Guzmán, una de las migrantes temporales que viaja de Sinaloa a Luisiana con visa H-2.
Ella trabaja entre 12 y 16 horas diarias cuando vive en Luisiana. “Nunca nos pagan overtime (tiempo extra)”, explica la mujer, que ha viajado a Estados Unidos los últimos 20 años.
Cada año, Estados Unidos otorga unas 200 mil visas de trabajo temporal a jornaleros mexicanos que van a hacer el trabajo precario que los ciudadanos estadunidenses no quieren. Muchos, como Olivia Guzmán, aceptan esas jornadas exhaustivas porque hace mucho tiempo que el gobierno de México los abandonó.
– ¿Qué camarones son mejores, los de Topolobampo o los de Luisiana?- le pregunto.
– Allá nunca he probado un marisco bueno, nosotros decimos fuchi ¿qué es esto? Camarones transparentes, no tiene nada que ver nada el color, allá son blancos. Aquí (Sinaloa) lo sacan azules y grandotes- dice la mujer.