Así era el banquete que servían a Moctezuma
En un viaje a Nápoles, en donde una sociedad occidental se expandía sobre la cultura que forjó a Italia a lo largo de los siglos, tuve la fortuna de recorrer majestuosos castillos en donde se ofrecían banquetes típicos de una época renacentista. Me dio la impresión de que, quien se atreviera a asistir a este tipo de eventos requería de un vasto apetito –o de una no tan envidiable habilidad de vomitar para continuar comiendo–.
Eventualmente, mientras platicaba sobre esta insólita habilidad napolitana de continuar deglutiendo como si fuera el día final, me llegué a cuestionar sobre cómo eran los banquetes mexicas. Yo, como mexicana, conocía poco al respecto de la gastronomía mexica así como de las costumbres culinarias que forjaron al país. Me llegué a cuestionar sobre la comida de los tlaotanis o gobernantes de ese imperio que pudo haber conquistado al mundo entero. ¿Cómo era; qué le servían a los señores que guiaban al imperio mexica; las costumbres implicaban excesos como las del Viejo Continente?
De acuerdo con algunos registros de Hernán Cortés, Moctezuma gozaba diariamente de más de 300 platos de 30 guisados diferentes: “[…] Al tiempo que traían de comer al dicho Montezuma, asimismo lo traían a todos aquellos señores tan cumplidamente cuanto a su persona, y también a los servidores y gentes de éstos les daban sus raciones”.
Por lo que, para ofrecer semejante cantidad de platillos dignos de una divinidad como el soberano mexica, se cuenta que cada día, desde muy temprano, se molían los maíces para preparar el nixtamal para tamales, tortillas y otra infinidad de especialidades con verduras y carnes.
Conforme el día pasaba, los cocineros rellenaban los tamales con carne de pescado de la laguna, de ancas de rana y de pato; echaban al comal las tortillas que eventualmente guardaban en unos tompiates tejidos de palma gruesa que estaban cubiertos con una manta; cocían los guisados con calabacitas, esquites de elote tierno, jilotes cocidos, quelites, nopales, huanzontles, aguacates, tomates y jitomates; elaboraban ensaladas frescas condimentados con distintos tipos de chiles; asaban aves, como el guajolote, en unas varas de otate; secaban al aire la carne de venado que se comían a mordiscos para acompañar la tortilla; preparaban los huevos de guajolote a modo de suflé aderezado con escamoles; guisaban los gusanos de maguey con tomate, chile y epazote; servían los chapulines con pequeñas jícaras para que cada comensal los disfrutara a su gusto; y guisaban en molli y salsas carne de perros y jabalíes, acompañados con tomates, jitomates, chiles secos, cacahuates y pepitas de calabaza.
Al mediodía, los platillos estaban listos en las cocinas del palacio; sólo se esperaba la señal del maestro de sala para comenzar el servicio de manjares indígenas que causan gula aún en nuestras sociedades actuales –o al menos algunos de esos platillos–.
Y ahora, sentada en un tren de once horas y media hacia Sevilla y con la imaginación inundada de cada aroma y sabor de los platillos servidos para Moctezuma, me conformo dolorosamente con un insípido pan con aceite de oliva y sal.