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De cómo Trump arrodilló a Peña

1 Febrero 2017

De cómo Trump arrodilló a Peña

Autor: 
Martín Moreno

El viernes 27 de enero de 2017, Enrique Peña Nieto reconoció formalmente su derrota, de manera oficial, ante Donald Trump. Claudicó y, de paso, comprometió a nuestro país, al aceptar que la construcción y el pago del muro fronterizo sean parte de una “discusión integral” entre México y EU, de acuerdo al comunicado gubernamental. Es decir: el muro ofensivo estará dentro de la agenda bilateral. Ganó Trump.

El muro va. Y será discutido. Y así lo aceptó ya, oficialmente, Peña Nieto. Otra vez nos jodió el Tío Sam. ¡Gracias, señor Peña!

Eso sí: para que la nula credibilidad de Peña no se acabe de perder ante el miserable y vergonzante respaldo ciudadano que registra (12%); para que los mexicanos ya no se enfurezcan; para que los periodistas, analistas y académicos críticos dejen de molestar, Peña y Trump “acordaron” no hablar públicamente de la construcción del muro. Es decir, sólo será tema privado, a espalda de todos

A la incapacidad del gobierno mexicano, sumemos la censura. ¡Pero que no nos extrañe! Si es la especialidad de la casa mexiquense: censurar. Rechazar críticas. Castigar a sus críticos. Rasurar temas. ¿Qué a los mexicanos les molesta lo del muro? Sencillo: dejemos de hablar del muro.

Es una vergüenza cómo el gobierno peñista ha fracasado frente al mequetrefe de Trump. De hecho, ni siquiera lo ha enfrentado. Tampoco lo han sabido ni podido encarar. Paralizados por el miedo al bravucón naranja, Peña, Videgaray y compañía, desaprovecharon momentos claves, de oro, ante la embestida de Trump.

¿Cuáles fueron esos momentos claves para que Peña Nieto y su gobierno fueran derrotados y sometidos por Trump?

Revisemos:

Primero, cuando el candidato republicano visitó a México. Esa fue la primera oportunidad desaprovechada. Y ocurrió justo cuando Peña tenía enfrente a Trump, con todos los reflectores a su lado. Peña debió exigir entonces, frente a frente, una disculpa pública a Trump para los mexicanos, ante todo el mundo. Arrinconarlo. Presionarlo, y enviarle el mensaje de “no te tenemos miedo”. Hacerle caso a Enrique Krauze, que acertadamente recomendó: “A los dictadores no se les apacigua, se les enfrenta”. Pero como Peña Nieto no es un estadista que lea, que consulte a intelectuales, que se abra a pensamientos universales y solamente escuche a Luis Videgaray y se limite a su aldeana formación de priista mexiquense, pues no supo cómo actuar ante Trump. Y perdió. En su cobardía, Peña Nieto se mostró débil ante el republicano quien, astuto, se lo almorzó. Y ahora, a enfrentar las consecuencias de la pequeñez del Presidente de México.

 

Segundo, al momento en el que Donald Trump intervino abiertamente para obligar a la empresa automotriz Ford a cancelar sus inversiones en San Luis Potosí. Justo era en esa coyuntura para que Peña Nieto pasara a la acción, recurriendo a instancias internacionales e interpusiera una controversia comercial ante la Organización Mundial de Comercio (OMC), tocando las puertas de la ONU e involucrando a organismos mundiales, ante la abierta agresión comercial que ya estaba dañando a México. Pero Peña y su gobierno se cruzaron de brazos, sometiéndose ante el Imperio, ante la sonrisa burlona de Trump que gozaba al ver la cobardía vergonzante de su pusilánime vecino.

Tercero, cuando Trump tomó posesión como Presidente de EU. Ese fue otro momento crucial en el cual, tras la crucifixión que Trump hizo de México en su mensaje estelar, Peña debió haber salido y encararlo en cadena nacional. Por supuesto nadie está hablando de declararle la guerra a EU. No. Eso sería suicida. Pero sí lanzarle una frase parecida a: “¡Puedes construir tu muro en tu territorio, pero con los mexicanos no cuentes! Lanzarle una arenga en la que quedara más que claro que México no le tiene miedo a Trump. ¡Algo digno, carajo! Pero no. Tanto es el postramiento de Peña con Trump, que ya metió a “discusión integral” el tema del muro agraviante. ¡Vaya humillación!

Cuarto, al momento en el que Peña Nieto nombró secretario de Relaciones Exteriores a su amigo, confidente y cómplice, Luis Videgaray. Envió al funcionario que descarriló a la economía nacional, a descarrilar a la diplomacia, en un proceso de aprendizaje ignominioso. Craso error. En lugar de Videgaray, Peña debió designar a otro diplomático de peso, experiencia y trayectoria, en lugar de la vapuleada salinista Claudia Ruiz Massieu Salinas. Elegir a un internacionalista que hiciera contrapeso verdadero a Trump y a la maquinaria yanqui. Pero no. Se volvió a caer en el aldeanismo político. El mundo cabe en Toluca. Es tanto el pavor que tiene ya el Presidente mexicano a la acción de gobernar que, paralizado, solamente alcanzó a designar al “Vice-Garay”  como Canciller, ante el rechazo nacional, pero con el beneplácito de Trump. Hoy enfrentamos las consecuencias de la debilidad peñista: rendidos ante el avasallamiento del mandatario estadounidense.

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Hoy, Peña Nieto y su primer equipo – cada vez es más reducido porque cada vez el Presidente escucha menos-, quieren sacar raja política de sus propias debilidades, arengando a los mexicanos a unirse en torno a una “unidad” de arena, ficticia, que solamente le servirá a Peña como tablita de salvación para intentar aferrarse a una presidencia que ya se le deshace entre las manos.

La verdadera unidad nacional no debe manifestarse en torno al Presidente cobarde e ineficaz, ni subiendo la bandera nacional como avatar en TW o FB. Eso es patrioterismo ramplón, mientras seamos incapaces de salir a protestar por nuestro mal gobierno. Por la corrupción del Presidente. De sus amigos. De sus compañeros de partido. Por la impunidad que nos atropella. Por la complicidad que nos agravia.

La unidad nacional radica en fulminar, primero, a la clase política gobernante que ya claudicó y que está más preocupada en cubrirse la espalda cuando deje Los Pinos, que en medio enderezar a un país que naufraga sin liderazgo ni esperanza.

Lo demás, es patrioterismo ramplón.